No lo sé. Tal vez ha llegado ese momento en
el que sientes que aún teniéndolo todo, necesitas más. Que la cama individual
de tu cuarto es demasiado grande algunas tardes, que se te escapa ese motivo
para sonreír más ampliamente. Hay demasiadas horas en un día y no hay tiempo
suficiente para hacer eso que tanto te gusta, porque ya no quieres hacerlo
solo, porque te has acostumbrado a la ilusión de comenzar, y tu límite ha
subido. Te pides más. Y te despiertas una mañana, en esa enorme cama llena de
almohadas, para disimular el turbulento vacío, y no tienes ganas de levantarte
y prometerle y perjurarle a todo el mundo que estas bien. Porque no lo estás.
Porque te falta algo, y solo quieres más. Y en realidad no sabes que te falta,
no sabes si es un algo, si es un cómo o si es un quién. No sabes si tal vez
volviste la cabeza demasiado rápido, o demasiado despacio, y te perdiste aquel
único momento en el que de verdad podrías haber encontrado ese algo más. Será
que no hacemos las cosas bien, que no decimos lo que hay que decir cuando hay
que decirlo y a quien se lo tenemos que decir. O tal vez esa decepción con todo
el mundo, un mundo que ha cambiado y prefiere un mensaje por teléfono a un
paseo por el parque. O algo más. Este mundo que se ha olvidado de como conquistar,
de cómo enamorar y de cómo llenarse de esa esencia palpitante que es el día
adía. A lo mejor es eso, a lo mejor es contagioso, a lo mejor será que has
olvidado aquellos diarios maltratados, abrazados y páginas mojadas y tachadas y
besadas. Porque no hay tiempo, porque todos estamos demasiado llenos de cosas
vacías, y se nos olvida respirar hondo y reír sin ningún motivo. Porque dejamos
los sueños para la almohada, y nos engañamos fingiendo que pasamos todo el día
con prisas simplemente para volver a nuestra casa y seguir soñando. Y soñamos
con cosas que en realidad podríamos tener, pero otra vez no hay tiempo y no hay
espacio. Soñamos con una corta noche de verano. ¿O con una lluviosa tarde de
Abril? Y sonreímos, y bailamos, y nos permitimos soñar un poquito más. Como que
nuestra cama sigue siendo enorme, pero ahora está completa. Soñamos con un par
de ojos negros, azules, verdes y castaños que patean nuestras almohadas hacia
el suelo, y nos abrazan. Como si pudiéramos escurrirnos por entre sus dedos,
como si nos quisieran, como si nosotros fuésemos ese “algo más” que ellos
estaban buscando. Y dentro de ese onírico momento, puedes oler la luz que entra
por la ventana y sentir la suave brisa, y ya no te da miedo perderte, y mucho
menos si es contando una estela de lunares, para poder volver a empezar, y
perderte de nuevo. ¿Qué día es hoy? No lo sabes, tampoco importa. Y suspiras, y
ese suave soplo apaga la vela a kilómetros de distancia. Y despierta, y todo
vuelve a empezar, porque tu cama sigue llena de almohadas y en la habitación de
al lado, suena un mensaje de texto.
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